Cuando muere un genio

Hoy se nos ha ido David Bowie. Desde que existen las redes sociales cada vez que muere un famoso inicia una batalla de popularidad entre los que seguimos aquí por hacer el comentario más agudo, más jocoso o para explicar al mundo cuán ignorante es la gente en materia y la escasa autoridad moral que tiene para recordar a tan insigne fallecido.

Como todo esto es algo que poco a poco espero que vayamos superando, me van a permitir que diga dos palabras sobre David Bowie sin tener un solo disco suyo ni haber ido jamás (por desgracia) a uno de sus conciertos.  No hacía falta ser un loco admirador de este hombre para darse cuenta de que era un auténtico genio, de esos que pasan a nuestro lado de puntillas porque una de las pocas cosas de las que no son capaces es de pisar el suelo de la misma forma banal en que lo hacemos nosotros. Bastaba su mirada para darse cuenta de que estábamos ante uno de esos héroes griegos a mitad entre un simple mortal y un dios.

Así que  bienvenidos sean los vídeos, las canciones y las menciones a Bowie aunque sólo sea por un par de días. Quien lleva años escuchándolo y lo seguirá hasta el final de sus días puede soportar cuarenta y ocho horas (no serán muchas más) de popularización del artista; quien no lo conoce o lo conoce poco corre el maravilloso riesgo de escuchar «Space Oddity» un par de veces y dejarse transportar por una canción que quizá le abra la mente hacia un tipo (y una calidad) de música hasta ahora desconocida. Y si tiene suerte, cruzará también algunas palabras con el Major Tom.

Lo único malo es que uno echa la vista atrás y se da cuenta de que llevamos más de dos mil años de retraso en celebrar genios que no han tenido ni siquiera medio día de exacerbada popularidad… Que cada cual haga su lista.