Sobre los límites del «spoiler»

En la última década un concepto que ha ganado cada vez más peso en las conversaciones entre las personas es el del spoiler, o sea, que te cuenten el final de una película o que te desvelen detalles importantes de la trama de una serie. Vamos, lo que toda la vida se ha llamado «destripar».

Tal es la importancia del asunto que ahora en cualquier medio de comunicación tienen que avisarte en carácteres cubitales si el artículo que vas a leer contiene «espoilers» o no. La duda es: ¿hasta cuándo tenemos que avisar a quien nos lee de que vamos a contar detalles importantes de una obra en cuestión? O dicho de otro modo: ¿por qué en mi manual de literatura moderna antes del análisis de «Romeo y Julieta» nadie me avisaba de que había spoilers? ¿Qué tiene George R. R. Martin que no tenga Shakespeare?

Yo, que soy un amante de la forma, soy el primero en dar un valor limitado al contenido (de ahí que sea mucho más relector que lector), pero ¿por qué esa tranquilidad cuando en cualquier sitio podemos leer que Ulises llega al final a Ítaca y en cambio nos arriesgamos a perder un amigo sólo si se nos ocurre decir que el último capítulo de la serie de turno nos ha parecido flojo? ¿Cuándo una trama deja de convertirse en spoiler para ser patrimonio de la humanidad?

Me he dado cuenta además de que hay una doble vara de medir en todo este asunto. Hace dos días he visto una película que había sido anunciada como la venganza de un padre por la muerte de su hijo; lo que pasa es que el hijo muere después de, digamos, cuarenta y cinco minutos de película. ¿Tiene derecho la productora a destriparnos la historia sólo para que vayamos a verla? ¿De verdad que no hay otra manera de anunciarla? Porque uno empieza a verla sabiendo una parte fundamental de la trama y pensando que, si hablaban de ello en el trailer, sucedería al principio y sentaría la base de la historia, pero no es así, sucede casi a la mitad y no haberlo sabido habría cambiado  radicalmente el modo de ver la película.

A menudo me pregunto cómo sería ver películas y series o leer libros sin saber absolutamente nada de ellos, completamente a ciegas. Ya sencillamente ver «El Padrino» sabiendo que habla de mafia es un spoiler en toda regla…

El único que ha sido capaz de pasarse los spoilers por el arco del triunfo ha sido Gabriel García Márquez, que nos ha dejado uno de los mejores incipit de la historia de la literatura con el ya famoso «El día que lo iban a matar…» de «Crónica de una muerte anunciada». Pensó seguramente «yo empiezo contando el final y así no engaño a nadie. El que quiera quedarse y seguir leyendo, que lo haga, y a quien no le interese, que sepa por lo menos qué es lo que pasa«. «Gabo», como todos los grandes escritores, no tenía necesidad de encargarle a la trama la tensión de la obra; sabía perfectamente a lo que jugaba, y quien haya leído esta obrita maravillosa habrá probado una angustia terrible a medida que avanzaba la historia, aun sabiendo lo que sucedía al pobre Nasar. No hay spoiler ni giro inesperado que valga como una obra bien escrita. Y Shakespeare probablemente también lo sabía y se ha encargado él de ir borrando de todos los manuales de literatura la advertencia «atención, este capítulo contiene spoilers de algunas de las obras más bellas de la literatura mundial«.